viernes, 6 de mayo de 2011

Festival de Cine Europeo Nicaragua 2011

Fuente: La brújula
Nicaragua ha venido desarrollando el Festival de Cine Europeo desde el año 2000, como una manera de difundir parte de la idiosincrasia europea (variedad de costumbres, idiomas, etc.) a través de la cultura cinematográfica; propiciar el encuentro de las obras de nuevos creadores con las de figuras consagradas a nivel internacional y finalmente, brindar una opción diferente de cinematografía y otra actividad de recreación cultural a la población nicaragüense.

Las primeras ediciones del Festival se desarrollaron únicamente en las salas de cine comerciales de Managua, pero a partir de 2010, con el objetivo de llevarlo cada vez a un público más amplio, masivo y hacerlo más inclusivo, el Festival se proyectó en al menos seis universidades de la capital y en varios recintos de los diferentes departamentos y regiones del país.

Este año el Festival estará presente en:
  • 6 Universidades de Managua: UCA, UNA, UNAN, UdeM, UPOLI y RUCFA.
  • 6 Universidades de los Departamentos: FAREM-UNAN Matagalpa, FAREM-UNAN Carazo, FAREMUNAN Chontales, UdeM León, UCC León y la BICU (Universidad de Bluefields).
  • 5 Centros Culturales: El Centro Cultural de España en Nicaragua (CCEN), la Alianza Francesa, el Centro Cultural Batahola Norte, la Casa de los Tres Mundos, Granada y Amigos del Cine de Casa del Tercer Mundo-Estelí.
  • 9 Países hacen presencia en este Festival: Alemania, Austria, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Holanda, Italia y Reino Unido, con un total de 16 películas, de distintos géneros.

El Festival dará inicio el 12 de mayo en las Salas de Cinemas Galería Santo Domingo, con el costo especial, a precio de estudiante, de 2.55 dólares. Posteriormente, a partir del 19 de mayo, el Festival se trasladará a las distintas Universidades y Recintos, así como a los Centros de Cultura participantes. En estos sitios el Festival se estará presentando sin costo alguno.

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miércoles, 6 de abril de 2011

Correspondencias extrañas (José A Ruiz) crónica?

Mientras pasaba la lengua por el borde almidonado del sobre, pensó que era necesario que noticias como aquellas fueran selladas de esa manera, con una firma más intrínseca que cualquier otra; con toda la sed de animal joven untada en el pegamento del sobre.

Se amarró bien los cordones y respiró hondo, porque antes de meter una carta así en medio de un libro de Bioy Cáceres, y salir a ponerla en el correo hay que respirar hondo y amarrarse bien los cordones. Uno no puede ponerse a pensar que se trata de un simple trámite de oficina postal, en Managua nunca nada es así de sencillo, mucho menos si se trata de  una carta escrita así, a corazón y rienda suelta.

Como siempre al salir, tuvo que pelear con el cerrojo para cerrar con llave la puerta. A esas alturas siempre renegaba por el tiempo perdido y por lo inútil que era delegarle la seguridad a una llavecita china y a una puerta que en cualquier momento se caía sola por la ambición insaciable del comején de aquel alquiler para universitarios. En cambio esta vez, cuando la cerradura dijo no, él sintió algo como un agradecimiento que le pareció absurdo y extrañamente reconfortante; como si ese breve lapso de tiempo que tardaría en cerrar, era en realidad un refugio, una última tregua, un último respiro que lo separaba de ese momento siguiente en el que tendría de una vez por todas que darse la vuelta y marcharse a poner una carta que lo cambiaría todo.

El sol todavía estaba amable, prefirió caminar, decisión que bien podría tomarse como  una última táctica dilatoria, pero para ser justos tambien se debe decir que hablamos de uno de esos raros especímenes que  encuentran deleite en caminar por las calles de Santiago de managua. 

Había crecido en Managua y sabía cómo pisar sus calles: así que no tuvo ningún inconveniente en atravesar un par de barrios del este de la ciudad, zigzagueando por atajos estratégicos,  para ponerse en menos de veinte minutos en el Mercado Central, donde se hallaba las oficinas más cercanas del servicio de correo.

No le pareció mal que fuera ahí, encontraba interesante la vida ajetreada y surtida de los mercados capitalinos, esos lugares coloridos que reflejan el pulso arrítmico y apresurado de las calles de Managua. Le gustaba recorrerlos de la misma manera que recorría la ciudad, admirando el virtuosismo de lo que él llamaba prodigiosa estética del desorden. Los veía como pequeños mundos en los que el caos y la belleza vivían alegremente y en completa armonía, lugares en los que la desorganización era precisamente el elemento que garantizaba  el equilibrio de todas las cosas.

El Huembes le pareció siempre el ejemplar más amigable de todos. Lo visitaba con cierta frecuencia, por lo general para comprar libros usados (las veces que cobraba el cheque menor de cuatro cifras que ganaba escribiendo en una revista cultural). Se pasaba horas rebuscando en las estanterías y los cajones llenos de libros de segunda y tercera mano, y luego se paseaba por largo rato recorriendo el resto del mercado.

Esa mañana, decidí pasar ojeando algunos libros antes de la diligencia de la carta. Quería inútilmente hacer tiempo antes del momento de las estampillas y la ranura del buzón, después del cual todo quedaría a merced de la correspondencia internacional.

Antes había conseguido tiempo convenciéndome de que una carta así -por su relevancia-  no podía ser enviada por el innoble curso de los correos electrónicos y que era necesario al menos el mínimo grado de formalidad que da lo escrito a puño y letra. Eso me dio dos días más, por que con mi letra es mentira, cuestión de dedicar cuatro horas por párrafo para llegar a algo inteligible. Pero incluso me hubiera gustado usar otro mecanismo que me diera aún más tiempo, no sé,  quizás una carta dentro de una botella y un mar.

Como siempre me metí por el lado de los de libros usados, unos  tramos que están ubicados a lo largo de un galillo que se abre desde la cara este del mercado, del lado de la pista (justo frente a la parada de buses que van de sur a norte, donde hay al menos dos casas de préstamo) y se desgaja hacia abajo,  flanqueando el CDI Claudia Chamorro por su costado derecho, hasta llegar a La COTRAN. En ese trecho, hay por lo menos siete puestos dedicados a la compraventa de libros de todo tipo, en los  que si se tiene tiempo y  vocación para sobrellevar el polvo-polilla, se tienen  posibilidades de encontrar algunas sorpresas interesantes o absurdas (como esa vez que encontré algo de Samel Beckett).

Yo conocí aquel punto por la intervención de un compañero de la universidad que me pidió que lo acompañara a vender unos libros de álgebra y aritmética que tenía en desuso desde la secundaria. Algún tiempo después de eso, cuando empecé a leer ya un poco en serio y la biblioteca de la universidad dejó de bastarme, empecé a recurrir a aquel lugar, habiéndome dado cuenta de que los libros nuevos salían muy caros y que eran un lujo reservado para las personas que ganaban bien y que trabajaban tanto que no les quedaba tiempo para leer. Desde entonces siempre recomiendo ampliamente visitar ese trecho del mercado, donde se puede encontrar cualquier tipo de material que se esté buscando.


_Qué pasó flaco! Vení ve lo que te tengo, me grita desde que me ve entrar. Es Marlon (el gato) desde su tramo, (el segundo a mano izquierda, frente a la Barbería Guevara),  que cuando me acerco me extiende un libro. Papeles inesperados de Cortázar, una obra póstuma publicada recientemente por Alfaguara que nuevo en las librerías anda por los quinientos córdobas. Un ejemplar en perfecto estado, impecable salvo la primera página en la que se lee: “Para un enorme cronopio, con gran cariño. León-Nicaragua, 2009”, seguido de una firma indesifrable.

Le dije que andaba corto de dinero, que me esperara para la próxima semana que me caía algo y él aceptó sin ningún inconveniente, no sin antes advertirme -como buen vendedor- que fuera pronto, que ya alguien más se había interesado por ése libro. 

Al igual que doña Yelba Martínez Cerda (La chela) y doña Rosa Pavón, (la del último tramo casi en la vuelta de la estación de buses), El gato siempre me ha conseguido a buen precio algunos autores que le encargo. Pierre Louis, Alphonse Donatien, Isidoro Ducase, por ejemplo son autores verdaderamente difíciles de encontrar y que asombrosamente he conseguido en esos tramos.

Ese día mientras recorría los lomos de los libros dispuestos de la manera más discrecional posible en las estanterías de aquellos tramos, repasaba mentalmente cada línea de la carta buscando en vano encontrar algo que lo obligara a aplazar su envío: algún error impermisible u omisión imperdonable que lo hiciera reescribirla. Pero no había nada más que escribir. Todo estaba clara y ampliamente explicado a lo largo de aquellas cinco páginas que había revisado con gran rigor antes doblarlas y meterlas dentro de aquel sobre.

Se había pasado toda la mañana excusándose en los libros como último recurso dilatorio, procurando sin lograrlo distraerse del tiempo, hasta que el tiempo se agotó. En sábado las oficinas del correo dejan de atender luego del medio día, así que debió dirigirse de una vez por todas a realizar el trámite postal por el cuál había salido esa mañana de su apartamento.

Estando en las oficinas del correo, cuando pasaba la lengua en la cara almidonada de la primera de las tres estampillas que debió pegar cuidadosamente en el sobre, pensó que era necesario que semejantes noticias fueran firmadas de esa manera; con toda la sed de animal joven untada en el pegamento.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Festival Internacional de Jazz de Nicaragua

LOS ÌDOLOS DEL ABSURDO - 1ra parte (José Antonio Ruiz)

Los ídolos de lo absurdo -exclamé- y sucumbí en el sofá inóspito de mi domingo.          
Una sonrrisa patética recorrió mi boca, como una araña o como esperma.
Entre el humo y el silencio obseno de la casa, el aire se convirtió en algo parecido a una nausea,
algo colmado de un placer impuro, un arte vesánica filosa y sin ruido.
como la sombra imperfecta de los poetas malditos.

La histeria lenta del insomnio devora al hombre
y sucita en él un rumor antiguo, un llamado de herencia animal,
una sed ancestral inscrita en la sangre.

La noticia se supo en la universidad como resultado de las averiguaciones policiales. Entrevistaron a algunos profesores y estudiantes con el fin de obtener cualquier pista que ayudara a esclarecer tu desaparición. Como era de esperarse, pronto alguien mencionó algo sobre los doce. Era normal que aquello de los doce les pareciera extraño, si algo tenía el grupo era lo extraño, lo raro era nuestro signo. Se entendía perfectamente que se despertaran algunas inquietudes.


Para esos días Cecilia se había empeorado y Javier se quedaba atendiéndola en sus fiebres, así que sin ellos y sin vos, solo nos estábamos reuniendo nueve, que recién terminábamos la reunión cuando nos abordaron los dos agentes asignados al caso. Naturalmente se inquietaron por que no mostramos señales de sorpresa ante la noticia, les explicamos que con alguien como vos -que había explorado a profundidad la palabra desaparecer en La máquina de los verbos absurdos- esa noticia no era ninguna sorpresa, que bastaba leer uno que otro párrafo de ese ensayo para saber que desde hacía mucho tiempo acariciabas la idea de des-aparecer y que con vos era así, así como escribías… Todos sabemos que el suicidio es parte de este inmenso circo.


A la hora de nuestras hipótesis todos nos mostramos muy colaboradores. Por ejemplo, Machado creía -interpretándolo de tu poema El farallón de los alacranes- que habías ido a los farallones de Cosigüina a saltar para desaparecer en las aguas del golfo. García opinaba que habías entregado tu cuerpo a la taxidermia, recordando un episodio en el que le hablaste de un disecador clandestino en las entrañas de la selva de Ziníca, a quien querías delegar la obra. La Margot por su parte decía que como el pobre poeta Garcín (1), te habías metido un disparo en la cabeza, pero a mi no me pareció, por que vos el pájaro no lo llevabas en la cabeza; sería más bien en el estómago, como se lleva un asco o algo que se tiene que vomitar, y en todo caso era algo más parecido a una araña peluda que a un pájaro azul. Así que yo propuse la hipótesis del harakiri farmacéutico; un poco porque así lo haría yo y un poco por la teoría de la araña, por que un buen combinado de píldoras se me ocurría como la forma más certera de ir directo al asunto, ahí donde se te hinchaba la nausea de ocho patas.

Pero a los investigadores no les gustó nada de lo que dijimos, arrugaban las caras y ponían unos ojos que hubiese sido mejor que se rascaran las cabezas. Todo cuanto dijimos les pareció descabellado, aunque nosotros en todo momento recalcamos que con vos era así, que se podía esperar cualquier cosa. Se fueron después de advertirnos que regresarían y aunque nunca más regresaron (por que pronto se sabría lo del manicomio), con su visita ya habían echado a andar la espiral especulativa alrededor de tu nombre.


A partir de ese día, tu historia comenzó a ganar gordurita en los pasillos de la universidad. No como algo que llega de golpe, más bien como algo que crece lento pero inexorable, como una sed; una especie de sed que se saciaba en la boca de las personas en el mismo instante en el que proferían tu nombre.


Entonces empezaron a circular algunos de tus escritos que entre nosotros habíamos logrado reunir para compartirle a los –cada vez más- interesados.


De alguna extraña manera, era como si todos, aún sin percatarse de ello, habían estado esperando que desaparecieras para luego gozarse en el morbo febril de tu retorcida historia. Incluso los que no te conocían, habían estado deseando sin saberlo, que llegaras a sus vidas, por el comentario de algún amigo o por una conversación en la otra mesa durante el almuerzo, que tus crisis, que tus euforias, que tus depresiones, que tus litios y en medio de todo: tus escritos. Era ese halo insano con el que llegabas, ese testimonio filoso que cortaba la respiración del más indiferente, el que despertaba un hambre vulgar por tus letras. Era como si todos hubiesen estado esperando que llegaras a escupirles las caras o a degollarles las almas con el talento de daga de tus palabras.


Al poco tiempo, algunos de tus ensayos se colaron en las oficinas de la revista universitaria que no dudó en dedicar cuatro páginas para acusar de vulgares e infames a algunos de tus ensayos, principalmente a La obesidad es la desnutrición de la mente. Veinte mil ejemplares de la revista distribuidos de forma gratuita en todas las universidades del país terminaron de hacer el trabajo. Un ruido obsceno recorrió los recintos. A partir de entonces, tu nombre comenzó a sonar deliciosamente perturbador en todos los pasillos del país, como la suma de muchos de escalofríos o una especie crujir colectivo.


La fiebre no fue menos cuando se supo que apareciste en las listas del manicomio. Tus escritos que ya gozaban de gran atención comenzaron a difundirse a velocidades míticas. Cabe decir: conmoción colectiva…La próxima vez que vaya al baño trataré de vomitar el alma. Una especie de cacería masiva se volcó tras tu rastro digital en la red. Tu blog, ese museo metafísico que dejaste a la deriva se convirtió en alimento de miles y miles de sitios web y de muros en facebook que replicaban tus letras. Dios: una inmensa sordera. En los círculos in-tel-ect-u-ales se hablaba de una rotundidad de consecuencias impredecibles, se escuchó hablar de Nietzsche, de Lautréamont. En Granada y en León algunos grupos literarios anunciaron su disolución colmados por tu escritura iconoclasta.


Pronto, la popularidad que ganó tu nombre y la acelerada difusión de tu pensamiento misantrópico y anárquico, generaron descontentos en algunas élites. La iglesia alzó su voz de templo para acusarte de hereje y de idolatras a tus seguidores. El gobierno en complacencia a la cúpula religiosa (y más allá de eso asegurándose de censurar tu voz que sonaba cada vez más fuerte) prohibió la continuidad de las publicaciones de los escritos que todavía realizabas desde el sanatorio.

Las fotografías eran bellas y se publicaron por todos los medios posibles. Desnudo, tendido en el piso, junto al colchón en el que yacía la sábana, en la que se alcanzaban a leer tus últimas palabras, que escribiste -como lo hizo el Marqués De Sade- con tus dedos y con tu propia mierda: No soy dios por que existo.

(1) Refiere al personaje de El pájaro Azul, cuento de Rubén Darío.


domingo, 10 de octubre de 2010

LOS ÌDOLOS DE LO ABSURDO

José Ant. Ruiz.

Los ídolos de lo absurdo
-exclamé-
y sucumbí en el sofá de inóspito de mi domingo.
Una sonrrisa patética recorrió mi boca,
como una araña o como esperma.
Entre el humo y el silencio obseno de la casa
el aire se convirtió en algo parecido a una nausea
algo colmado de un placer impuro
un arte vesánica, filosa y sin ruido
como la sombra imperfecta de los poetas malditos.

La histeria lenta del insomnio devora al hombre
y sucita en él un ruido antiguo
una llamado de herencia animal
una sed ancestral inscrita en la sangre.

martes, 24 de agosto de 2010

LA CEREMONIA ESPERADA

Tomas Borge


A la alterna claridad de la noche se acercó, la osadía de tu cadera desnuda
y tu mano que es maqueta de un perfume vagabundo.

Y grité yo al alba,
cómo es posible que llegaste a este triste oeste,
habitado por dioses que apacientan escaleras y heridas.

Entonces derramé luz entre tus piernas,
y solté a los leopardos incrédulos
hasta que el rostro aceptó
la ceremonia esperada.

sábado, 14 de agosto de 2010

APUNTES SOBRE MI SOBRINA

Jose Antonio Ruiz

Me gustaba platicar con ella por que encontraba gracia en el desapego suave con el que me llevaba de un tema a otro. Era como que si ese desorden con que pasábamos de la patafísica a la crayología me servía para sacudirme la metodología, la cronología o cualquier tipo de ordenología inútil. Yo había aprendido que su habilidad innata para desinteresarse de lo que sea justo cuando comienza ser interesante, ese afán descuidado por hablar de otra cosa cada dos minutos, era perdonable si se tomaba en cuenta la miscelánea temática que eso implicaba. De cualquier forma, un pensamiento tan volátil como el de ella, no podía ser otra cosa que el reflejo de una imaginación muy virtuosa.


Una noche, estuvimos horas tirados en la grama de su casa, adivinando constelaciones, rebautizando estrellas y hablando de lo que sea. Discutíamos sobre la cosquillita que debe de sentir una luciérnaga cada vez que se le enciende la luz en la barriga, cuando de golpe me dijo

–Quiero brillar con luz propia–

Fue la primera vez que pude ver con claridad los hilos de la dialéctica asociativa con que ella miraba las cosas. Entendí que no había saltado el tema. Hablaba de lo mismo.De la luciérnaga, de la luz, de la cosquillita que suponía brillar con luz propia. Esa cosquillita que sintió Edison cuando se le encendió el bombillo que traía dentro. Ella quería sentir lo mismo.

Yo preferí no decir nada, ella también guardó silencio seguramente disfrutando de ese punto de inflexión. Y nos quedamos hasta avanzada en el cielo la osa mayor, callados, amenizados por un grillo arrítmico que destrozaba los tiempos como un jazz de Hawkins o la guitarra de Govhan.

Hoy, dos o quizás tres años después de eso, estamos celebrando sus 10 años.

-Cuando cumplás la docena te doy el piano- le digo, dándole el regalo.

-mientras tanto, otro libro- me dice ella, adivinando por el envoltorio poco ortodoxo
con que le empaqué su primer Julio Verne.

el perseguidor

El perseguidor, en la propia voz de Cortázar. imagenes de Charly Parker
 
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