José Ant. Ruiz.
Los ídolos de lo absurdo
-exclamé-
y sucumbí en el sofá de inóspito de mi domingo.
Una sonrrisa patética recorrió mi boca,
como una araña o como esperma.
Entre el humo y el silencio obseno de la casa
el aire se convirtió en algo parecido a una nausea
algo colmado de un placer impuro
un arte vesánica, filosa y sin ruido
como la sombra imperfecta de los poetas malditos.
La histeria lenta del insomnio devora al hombre
y sucita en él un ruido antiguo
una llamado de herencia animal
una sed ancestral inscrita en la sangre.
Los ídolos de lo absurdo
-exclamé-
y sucumbí en el sofá de inóspito de mi domingo.
Una sonrrisa patética recorrió mi boca,
como una araña o como esperma.
Entre el humo y el silencio obseno de la casa
el aire se convirtió en algo parecido a una nausea
algo colmado de un placer impuro
un arte vesánica, filosa y sin ruido
como la sombra imperfecta de los poetas malditos.
La histeria lenta del insomnio devora al hombre
y sucita en él un ruido antiguo
una llamado de herencia animal
una sed ancestral inscrita en la sangre.